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VESTUARIO

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Los funerales de la Candy

Crónica

Publicado: 2012

Autor: Pedro Lemebel

Libro: Háblame de amores

 

 

Los funerales de la Candy

 

Se nos fue la Candy, dijo una loca parlanchina que se ahogaba contando el suceso, el inolvidable sepelio de la vedette operada, el ultimo vestigio de La Carlina, quien formo parte del Blue Ballet, aquel inolvidable clan travesti que hizo gloria en los tablados tiritones del sesenta. Se murió la Candy, niña, repiqueteaban a duelo las campanilleras del burdel, las travas esquineras del Santiago viejo. Se murió la Candy, oye, lo decían como en secreto, medio maliciosas, como si fuera increíble que ella, la mas reconocida de todas, la que salió en la tele como escenografía o coreografía del grupo La Ley en el Festival de Viña. La doña trava, dueña del bar Pompadour, donde no entraban maricones pobres, ella, la dama ope, la señora operática, la miss openmain, la lady operada era inverosímil que se fuera a morir. Para no creerlo, si hace poco la vimos con el abanico de avestruz en el mesón atendiendo a su regia clientela. Se murió la Candy, niña, murmuraban para callado las veleidosas que envidiaban tanto a su ropero fastuoso que trajo de Paris y:

las sedas

las felpas

las gasas

las organzas

los terciopelos

los chifones

los tules

los velos

los rasos

los satines

los ducheses

los brocatos

los broderies

los macramés

los bordados

los encajes

los linos

los paietes

los lameses

los tafetanes

los crepés

las muselinas

los nilones

            oye, dijo la rota. Porque se fue a toda pompa, la linda, yo lo sé,

porque estuve ahí, fui a darle el ultimo adiós a Madam Candy, y lo juro con la mano en el alma. Habíamos varias emocionadas de ver a la diosa en su caja perpetua, oye. Y me pregunto ¿para que le compraron ese ataúd   de faraóna  si la iban a incinerar? ¿Ah? Puro gasto de plata, pero ella se lo merecía, tan vedette, tan súper star, tan divina, tan regia, tan perfecta, tan operada, tan cirugiada que nadie podía imaginar que alguna vez había sido  hombre. Nadie lo podía creer de verla allí sumergida bajo el cristal, con esa piel tan tersa, con esa leve risita en su boca de ciruela, como despidiéndose de todas, oye. Ahí en el velorio del bar Pompadour, en el escenario, con velones de cera, oye, con sirios de obispo prendidos sobre su cara, oye, velas gordas, grandes derritiéndose al pasar el rato, oye. Al tropezar una loca con el candelabro, le salpico cera hirviendo en su carita, oye. Cuidado, niña, gritamos todas. Pero que hiba a sentir ella, oye, que le iba a doler, que le iba a sentir ella, oye, que le iba a doler, que le iba a arder el quemazón, si estaba inmune como momia en viaje.

      Se nos fue la Candy, niña, repiqueteaban a duelo las matronas colas del barrio Puerto. Como era posible, si ella se cuidaba tanto del chiste, pero dicen que no fue sida, que se le desato un cáncer en una pechuga, pero si tampoco tenia pechos propios, y por lo mismo, viste que la silicona hace estragos en la carne operada. La güeá es que se murió la Candy, sollozaba una trava borracha la noche del funeral. Y nadie la pudo sacar del alado del ataúd, porque amenazo con dejar la cagada si la tocaban, si la echaban llorando, gimiendo, lamentándose.

Ahí quedaron las boas de plumas lloronas:

de avestruz africana

de gallo tornasol

de faisán fru fru

de pavo real holandés

de gallinas de Nueva Guinea

de gallinácea polaca

de quetzal mexicano

de cisne austriaco

de ave del paraíso

de flamenco andino

de garza celeste

de ganso árabe

de papagayo colombiano

de marabú etíope, oye.

Y las pieles, que me dices de las pieles:

los coipos

los caracules

los visones

los mink plateados

las chichillas

las cebras

las cobras

las focas

las pieles de potro

las pieles de mono

los leopardos

las panteras

las lycras

los vinílicos

los lurex

las cuerinas

los teviniles

los charoles

que trajo la doña de Francia.

A quien le van a servir ahora si ella tenia un cuerpo de cisne, oye. Le quedaban como un guante a la finada ahora tiesa y media hinchada en ese cajón de mierda que no le servirá a nadie después de usado.

Se nos murió la Candy y parece que el mundo sigue andando, como dice el tango. Ya desfilaron las colas chicas, las carrozas de la plaza, las trolas gay, las patines del centro, las maracas de Vivaceta, las travestongas callejeras, las otras a medio operar, y las veteranas operadas que vinieron de Europa y Estambul a despedir a la misia. Ahí vimos llegar a la Lucia Pinochet, que se puso el nombre de  la tirana en plena dictadura. Para no tener problemas con la policía, declaro antes las cámaras. Llego rodeada de perros y arrugas con un carretón de claveles podridos. Olia a fermento de maricón pobre. Como esos perfumes que usaban la chiquillas en La Carlina cuando no había colonias finas. Agua de rosa, de clavel, de violeta, de jazmín, tan hediondas las mugres. Tenían olor a muerto, decía Madame Candy que nunca se puso esa fetidez de olor. Pero no importa, a esta hora toda flor se agradece, decía la trava curada encargada de ordenar las coronas del sepelio.

Tenia tantos trajes con zapatos haciéndole juego como la Imelda Marcos, cientos de zapatos que ahí quedaron:

las zapatillas japonesas

las chalas

las sandalias

los reina

los taco agujas

los tacones

los taquito rock and roll

los terraplenes

las plataformas

los de corcho

las tapillas de aluminio

los de Celia Cruz

los sin talón

los de pulsera

los de strass

las botas Barbarella

las botas bucaneras

los de cabritilla

los de reno

los de petate

los de cocodrilo

los de charol

los de taco chino

las chinelas

las zapatillas de levantarse

los de punta cuadrada

los sin punta

los de tiritas

los botines

los de novia

viste que de blanco parecía novia.

Pero igual paro la chalupa la misia, aunque hicieron lo posible por recuperarla. Se nos fue y punto, sollozaban las compañeras de ruta. Las chicas del Blue que vinieron de Europa a despedirla, y llegaron toditas, acezando directamente del aeropuerto con las maletas en la mano. Con el tiempo justo para ponerse de luto y acompañarla en el sepelio. Y estuvimos toda la noche recordando los años del Blue.

Si esta era niñita cuando llego haciéndose la colegiala extraviada.  Que donde hacían clases de ballet, pregunto la diabla, cuando lo único que quería era ponerse el conchero y el tocado de avestruz.  Mírenla  ahora.

Hasta el pelo se le estaba raleando, por eso mandó traer pelucas de todas partes, oye. Y ahí quedaron todas empolvadas, apolillándose. Cuando ahora las chinas valen un moco, mírenlas ahí quedaron:

la de rulos

la María Antonieta

la de pelo natural

la con chasquilla

la Cleopatra

la platinada

la lisa

la crespa

la rucia

la castaña

la azabache

la colorina

la punky

la hippie

la con visos

la con rayitos de luna

la con permanente

la afro

la con corte paje

la corte garcon

la simio

la negro azulado

la caoba

la de moño

la de plumas

la canosa

la Mia Farrow

la Bo Derek

la moño de cuete

la de chauchas

la de chapes

la cola de caballo

la globo

la gatito

la de mil trenzas

la Jackie O

los cientos de postizos

los peinetones de maja,      

quien los va a lucir como ella, oye. Tendríamos que hacerle un remate o un museo a la diabla. Quien lo iba a pensar que se nos iba a ir así de un día a otro, casi sin aviso. Nos pillo desprevenidas a todas, oye, ahí en el velorio toda la santa noche conversando y acordándonos de tanta payasada, tomándonos unos vinitos a su salud. Hasta la mañana, hasta el otro día que la llevamos al cementerio medio mareadas agarramos el cajón y lo paramos como las mafiosas colombianas. Pero la muerta se pegó en el vidrio de la tapa y tuvimos que abrir el cajón para volverá acomodarla, oye. Como si se quisiera salir del ataúd, se pegó en la frente y la tiramos adentro de nuevo. No pues, guachita, usted ya esta muerta. Así que quédese ahí tranquilita, le decía la trava curada que no dejo de  joder todo el trayecto al cementerio. Se nos fue la Candy, vociferaba la loca todo el camino de la carroza, abriéndole paso entre la gente. Que vamos a hacer con tanto traje de fiesta que dejo la finadita:

el bordado de mostacillas

el hindú recamado de perlas

el Dior con placas de acrílico

el sari de seda virgen

la minifalda de pelo humano de la Yoko Ono

el Versace rosado y oro

la mini Twiggy

la mini a la cadera

la maxi falda de la UP

el midi a la pantorrilla

la falda tanguera

la falda plato

la enagua can can

el pareo metalico

el traje Chanel a cuadritos

el de flecos de la Belle Epoque

el sin espalda a lo Marilyn

el de escote Loren

el sesentero Bardot

el setentero de Dinastía

el ochentero de Madonna

el noventero de Tina Turner

Que vamos a hacer,  oye, con tanta pilcha, no será mala suerte ponerse la ropa de la muerta, decía la curadita, empinándose la botella cuando entramos al cementerio rumbo al crematorio, y cuando llegamos eructo un rugido diciendo que había olor a asado.

Y así fue que entre todas bajamos a doña Candy de la carroza como un pluma mas de la inmensa capa de marabú egipcia que cubría el sarcófago dorado.

Y que van a hacer con el cajón, gritaba la borracha cuando lo pusieron en una cinta corrediza y lentamente vimos desaparecer los despojos de nuestra amiga tras una cortina en el crematorio.

Es como el gran final del show, lloriqueaba la loca. Y sin que nadie se diera cuenta se camuflo entre los plisados del cortejo, infiltrándose en la cámara mortuoria aunque estaba absolutamente prohibido. Nadie se dio cuenta como la diabla, oye, se introdujo como una lombriz debajo del ataúd. Y como a la hora después vimos como la sacaron a empujones, rajándose en chorros de lagrimas que le brotaban como payaso. Lo vi todo, decía… lo vi todo, y no se los voy a contar, se reía llorando la loca.

Y todas ahí encima de ella, extorsionándola con trago para sacarle palabra. Todas suplicándole: niña, por Dios, como no vamos a conocer los últimos minutos de nuestra amiga antes del chispazo… Porque así mismo fue, como un gran chispazo que me dejo media turnia, oye, con el alumbrón. Pero cuenta, niña, desde el principio…

Miren… pero sírvanme un trago primero y préndanme un cigarro. Ahí, después del primer sorbo se relajo, dio una pitada eterna y soltando un humo gris comenzó: Estaba tan nerviosa, oye, cuando me asome por debajo de la cortina y vi como la desvistieron con mucho cuidado y respeto. La dejaron desnudita, desnudita, acostada en una bandeja de lata. Después abrieron una puerta como de un microondas gigante… no se po, niña… como una  vitrina con un vidrio muy grueso. Y ahí metieron la bandeja con la Candy desnudita, desnudita. Y cerraron la puerta herméticamente, ¡plam!

Se veía tan linda detrás del vitrina, parecía una santa o una virgen, oye, con una luz de acero que le llegaba desde arriba, no se… de alguna parte. Una luz como del cielo que le recortaba su perfil con un vapor celeste. Ay… se veía divina con las manos cruzadas en el pecho tapándose tímida sus pechitos de gata. Por suerte la habíamos rasurado el pubis, porque con esa luz sagrada, la entrepierna se oscurecía levemente azul con el afeite. Su pelo ralo caía como un sauce mocho mecido por un aire invisible. Entonces, cuando estuvo todo listo, el hombre de terno hizo una señal al otro de overol que de un tirón bajo la palanca, ¡plam! Porque había una palanca en la pared como de silla eléctrica. Ahí fue mágico, porque la pantalla del horno se encendió al rojo vivo, el cuerpo de Madame era una brasa, retorciéndose, y enroscándose como resorte, se sento en la camilla, oye. Y así, encorvada por el calor, entera inflamada naranja como luz de neón, levanto su manito como despidiéndose, oye, snif… Pero solo fue un momento, apenas un segundo, porque después se deshizo en una lluvia de cenizas.

Ahí no pude contener el llanto y me pillo el viejo de overol y me saco a empujones para afuera… Dicen que lo único que no se pulveriza  son los dientes. Yo me hubiera hecho un collar con aros y pulsera para tenerla siempre conmigo… snif. Se me habían olvidado las joyas… donde iran a dar:

los diamantes

los rubíes

los zafiros

los brillantes

las esmeraldas

las amatistas

las turquesas

los lapislázulis

las perlas de rio

las madreperlas

los cristales de roca

los cristales de azabache

la bijouterie francesa,

las fantasías taiwanesas, esas perlas de acrílico… que parecían autenticas… que eran de plástico… pero ella las sabia lucir… y aunque eran falsas… se le veían tan bonitas , oye.

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